Resultado de Investigación


La Alianza del Pacífico: nuevas lógicas de la integración regional, los giros políticos y la geopolítica latinoamericana

The Pacific Alliance: New Logics of Regional Integration, Political Turns and Latin American Geopolitics


Maria del Pilar Ospina Grajales1 & Jacques Ramírez2


Autores

1 Docente e investigadora de la Universidad Católica de Pereira en Colombia. Socióloga de la Universidad de Caldas. Magíster en Desarrollo regional y planificación del territorio de la Universidad Autónoma de Manizales. Doctora en Investigación en Ciencias Sociales de la Flacso México.

Correo electrónico: pilar.ospina@ucp.edu.co

Orcid: https://orcid.org/0000-0002-1529-0085

2 Docente-Investigador en Facultad de Filosofia de la Universidad de Cuenca. Doctor en Antropología Social de la Universidad Iberoamericana (CDMX).

Correo electrónico: jacques.ramirez@ucuenca.edu.ec

Orcid: https://orcid.org/0000-0001-6334-2874


Copyright: © 2021

Revista Internacional de Cooperación y Desarrollo.

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Tipo de artículo: Resultado de Investigación

Recibido: octubre de 2021

Revisado: noviembre de 2021

Aceptado: diciembre de 2021

Cómo citar:

Ospina Grajales, M. (2021). La Alianza del Pacífico: nuevas lógicas de la integración regional, los giros políticos y la geopolítica latinoamericana. Revista Internacional de Cooperación y Desarrollo. 8(2), -95

DOI: 10.21500/23825014.5749


Resumen

El objetivo de este artículo es analizar el papel de la Alianza del Pacífico (AP) en el marco de los procesos de integración latinoamericana, a la luz de las principales transformaciones de la política doméstica y regional, los giros ideológicos en algunos de los países miembros y las tensiones geopolíticas en América Latina en la última década. El análisis partió de una revisión histórica y documental de algunos de los procesos de integración latinoamericana más significativos, las tensiones políticas y económicas que los han inspirado, ubicando y priorizando, el rol de la AP a partir de las crisis de algunos espacios regionales (económicos y sociopolíticos) como el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Metodológicamente se hizo un análisis histórico hermenéutico (Habermas, 1997) de la información secundaria recabada: archivos de prensa, documentos fundacionales, la normativa y las declaraciones conjuntas de las cumbres de los países miembros de la Alianza del Pacífico en un período de tiempo que va desde su fundación en el 2011 hasta el 2020. Dentro de los principales hallazgos de este estudio se encontró la reivindicación de la relación entre integración económica y sociopolítica y el desarrollo de formas de cooperación sur-sur en el continente con el liderazgo de algunos de los países emergentes de América Latina.

Palabras clave: integración regional, Alianza del Pacífico, integración económica, geopolítica, giros ideológicos.


Abstract

The objective of this article is to analyze the role of the Pacific Alliance (PA) in the framework of Latin American integration processes, in light of the main transformations of domestic and regional politics, the ideological turns in some of the member countries and geopolitical tensions in Latin America in the last decade. The analysis is based on a historical and documentary review of some of the most significant Latin American integration processes, the political and economic tensions that have inspired them, locating and prioritizing the role of the PA from the crises of some regional spaces (economic and sociopolitical) such as the Common Market of the South (MERCOSUR) and the Union of South American Nations (UNASUR). Methodologically, a historical hermeneutic analysis was made (Habermas, 1997) of the secondary information collected: press archives, founding documents, the regulations, and the joint declarations of the summits of the member countries of the Pacific Alliance in a period of time that goes from its foundation in 2011 to 2020. Among the main findings of this study was the vindication of the relationship between economic and sociopolitical integration and the development of forms of South-South cooperation in the continent with the leadership of some of the Emerging Countries of Latin America.

Keywords: regional integration, Pacific Alliance, Economic Integration, Political Integration, Ideological Turns.


1. Introducción

América Latina se caracteriza por ser una región en donde los procesos de integración de carácter multilateral han proliferado desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. En efecto, desde la creación de la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) en la década del sesenta hasta la reciente creación del Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur) en el año 2019, se cuenta con más de una docena de espacios de integración.

Algunas de las experiencias de integración más importantes del continente podrían delimitarse en tres grupos: el primero, aquellas que tienen un alcance subregional como es el caso de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y la Comunidad del Caribe (Caricom), el segundo, aquellas que se han centrado directamente en una integración de carácter económico-comercial como fue en sus inicios el Mercado Común del Sur (Mercosur), el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y en general los Tratados de Libre Comercio firmados por muchos países latinoamericanos en la década del noventa; el tercer grupo, aquel que puede ser categorizado dentro de la lógica de espacios de integración más profundos y de naturaleza sociopolítica como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), esta última compuesta por 33 países de la región incluida Cuba y creada como contrapeso a la Organización de Estados Americanos (OEA).

De acuerdo con lo anterior, este trabajo pretende hacer un aporte en relación con el papel que la Alianza del Pacífico tiene en los procesos de integración latinoamericana, centrando el análisis en las dinámicas geopolíticas, los cambios de rumbo de algunas agendas domésticas y los correlatos ideológicos que acompañan la determinación de algunos países para sumarse a esta iniciativa. La hipótesis que guio este estudio es que la Alianza del Pacífico retorna a los procesos del regionalismo abierto (Perrotta, s.f) de la década de 1990 consistente en la liberalización de los mercados y apertura, pero, procurando discursivamente reconciliar los propósitos de una integración profunda, las relaciones asimétricas de poder entre los Estados Parte y el fortalecimiento de las relaciones Sur-Sur. En otros términos, los miembros de este espacio se auto refieren y se presentan como una iniciativa independiente de los centros de poder global, una ‘alternativa programática’ (García et al., 2022), desideologizada y mediadora en los procesos de integración política y económica.

La Alianza del Pacífico creada en el 2011 y cuyos miembros plenos son cuantro países: México, Perú, Chile y Colombia, fue un proceso de integración que se consolidó y concretó a través del objetivo de retomar una integración abierta con miras a fortalecer el mercado con Asia Pacífico. El discurso político que acompañó esta alianza implícitamente pudo contradecir y criticar espacios como el ALBA y la Unasur, escenarios que cobraron impulso al iniciar el siglo con la llegada al poder de gobiernos progresistas. En palabras de uno de los fundadores de la AP, el expresidente de Perú, Alan García: “esta no es una integración romántica, una integración poética, es una integración realista ante el mundo y hacia el mundo” (Merino & Stossel, 2019).

El surgimiento de la AP podría identificarse como uno de los momentos centrales para entender la transición histórico-espacial en América Latina desde fines del siglo XX hasta nuestros días (Merino & Stoesel, 2019). Si bien no se puede negar la nueva lógica de integración que trajo este espacio, y que toma impulso justamente a partir del segundo lustro del siglo XXI con el decaimiento de los gobiernos progresistas, su papel y su consolidación aún está por determinarse.

Las transformaciones políticas en el nivel doméstico en tres de los cuatro países miembros podrían poner en entredicho el direccionamiento y expansión de la AP. Esto debido a la llegada al poder en México en el 2018 de Andrés Manuel López Obrador, de tendencia izquierdista; a las movilizaciones populares en Chile del 2019 que pusieron fin a la constitución de 1980 y dieron paso al triunfo de Gabriel Boric en el 2021, y a su consecuente llegada al poder ejecutivo de tendencia progresista; y por último, a la crisis política en Perú que ha dado como resultado un mandato de cuatro presidentes en los últimos cuatro años, con el retorno reciente y la llegada a la Casa de Pizzarro, a mediados del 2021, de Pedro Castillo, político abiertamente de izquierda.

En este nuevo contexto regional, la AP puede conjugar su mirada fundacional como espacio de integración de carácter económico, que apuesta a los acuerdos comerciales, con una visión más estratégica de carácter geopolítico que fortalezca los vínculos con Asia Pacífico más allá de la libre circulación de bienes, servicios y capitales. En términos de relaciones internacionales, fortalecer este espacio del Pacífico Sur entre Asia y Suramérica constituye una preocupación para la Casa Blanca, que desde tiempo atrás le inquieta la presencia, cada vez más fuerte, de países como China en lo que aún consideran ‘su patio trasero’. Justamente este texto busca dar elementos que permitan explicar este nuevo momento de la AP y su consolidación a partir de una agenda económica, social, política y cultural, así como la articulación entre socios con relaciones más simétricas de poder que inauguran un nuevo capítulo de los procesos de cooperación Sur-Sur en América Latina.


2. Metodología

Desde la perspectiva metodológica este trabajo se desarrolla en la lógica de la investigación histórico-hermenéutica (Habermas, 1997) procurando develar, a través de una mirada cronológica, las transformaciones políticas de los espacios de integración regional en América Latina. Este análisis es el producto de una rigurosa revisión documental tanto de la normativa producida en la AP (acuerdos, textos fundacionales, declaraciones en cumbres), como desde la revisión de información secundaria (investigaciones, artículos de prensa y declaraciones presidenciales) que soportaron los hallazgos y las interpretaciones en torno a las relaciones geopolíticas que se producen alrededor de este mecanismo de integración, enfatizando en el análisis de los contextos (Vasilachis de Gialdino, 2007), observando los cambios y continuidades ideológicos en los gobiernos de turno, los cuales han configurado la historia política de América Latina.

Para desarrollar el propósito de este documento en la primera parte se hace un rastreo de las principales corrientes teóricas que han guiado la discusión en torno a la ‘integración regional’, para luego pasar revista, desde una perspectiva diacrónica, a los procesos de integración regional en América Latina, no sólo desde la perspectiva de la configuración de las relaciones internacionales e intrarregionales, sino desde las discusiones y debates en torno a los desafíos que estos procesos implican para los Estado nacionales y para la configuración de la política doméstica y exterior.

Esta primera parte sirve de contexto teórico y sociopolítico para la comprensión del tema central que nos convoca. Del mismo modo, se dejan entrever las etapas que los procesos de integración han tenido y que fluctúan entre iniciativas meramente económicas y aquellas que reivindican la necesidad de acuerdos políticos y sociales, logrando de esta manera ubicar analíticamente el papel de la Alianza del Pacífico en el marco de los acuerdos regionales y las dinámicas de la geopolítica en América Latina. En la segunda parte, nos detenemos en el análisis de los fundamentos de la integración que caracteriza propiamente a la Alianza del Pacífico tanto desde sus postulados internos en torno a los alcances económicos, así como como desde las declaraciones expresas sobre una integración profunda y estrecha entre los países latinoamericanos y, finalmente, cerramos con algunas conclusiones.


3. Marco teórico

Sobre la base de un riguroso rastreo teórico, se evidencia que las investigaciones sobre integración regional se consolidan en un abanico de estudios y perspectivas que permiten observar la compleja dimensión de este campo del conocimiento. La producción académica sobre la Unión Europea (en adelante UE) ha sido tan importante, que hoy se le considera un campo de estudio amplio e independiente (Dur & Gonzáles, 2004). Desde un enfoque histórico, la UE es un referente obligado sobre esta cuestión. Su antecedente en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero de 1951 producto de la iniciativa de integración de Francia y Alemania, y su transformación en la Unión Europea, luego de la firma del tratado de Maastricht de 1992 (Torres Espinosa, 2008; Perrotta, s.f), la convierten en una de las experiencias de integración regional de mayor trayectoria y con una de las más desarrolladas estructuras institucionales para su funcionamiento y toma de decisiones.

Los estudios sobre la UE han servido como base para explorar un campo amplio de investigaciones, descripciones y análisis sobre este tema. La perspectiva normativa, las innovaciones institucionales y políticas del caso europeo han inspirado su análisis y comparación con experiencias de integración en otras latitudes (Mazzoccone, 2014; Malamud & Schmitter, 2006). En la propuesta de Andrés Malamud y Schmitter (2006), la UE es un modelo de integración que sirve como guía para implementar procesos similares en otros lugares del mundo. Es decir, que además de lo descriptivo, la UE inspira propuestas prescriptivas y normativas para la integración regional.

Desde los desarrollos teóricos sobre la materia, una de las cuestiones que se destaca son las tensiones que dentro de los diferentes enfoques remiten a la capacidad de incidencia de los Estados en la política internacional y al desdibujamiento de las fronteras que existen entre la política interna y la externa, una de las más importantes transformaciones del Estado nacional en el marco de los procesos de la globalización (Arditi, 2001; Beck, 1998). En consecuencia, esto redunda en las tensiones y la polarización entre lo nacional y lo internacional, lo externo y lo interno, lo doméstico y lo regional. Dos de las teorías más relevantes que exponen esa contradicción han sido el neofuncionalismo y el intergubernamentalismo.

El neofuncionalismo es una propuesta conceptual que surge y se posiciona como uno de los modelos tradicionales para comprender la experiencia europea de la integración, priorizando la importancia de los actores, el poder y el papel de los Estados y las instituciones supranacionales para el avance de estos procesos (Perrotta, s.f). El neofuncionalismo avivó el interés por la integración regional en la década de 1980 y se enfocó en el análisis del mercado común. De aquí derivaron aportes relevantes en torno al progreso de una sociedad transnacional, la gobernanza supranacional y las relaciones internacionales (Medina Ortega, 2013; Stone Sweet & Sandholtz, 2010).

Dentro de esta teoría se minimizó la importancia y protagonismo de los Estados, la integración regional fue considerada como producto de la decisión formal de estas instituciones para cooperar en el campo político y económico regional (Malamud & Schmitter, 2006). En esta lógica, los Estados marcan las pautas iniciales de la integración, pero son incapaces de prever o determinar de manera exclusiva el rumbo o las dimensiones del cambio que tendrán las alianzas (Malamud & Schmitter, 2006). En coherencia, una de las premisas clave del neofuncionalismo es la reducción del rol protagónico de los Estados y de la consolidación de la integración como un mecanismo que posiciona cada vez con mayor fuerza a actores transnacionales independientes de la influencia de las realidades nacionales (Duarte Vargas, 2011; Dur & Gonzáles, 2004). La fuerza de lo supranacional se explica gracias a la profundización y ampliación de la integración regional, la cual comienza siendo sectorial pero que gracias a las instituciones autónomas regionales se expande a objetivos más complejos y al tránsito de la integración económica a la integración política.

Uno de los teóricos que hicieron aportes en ese sentido fue Ernst B Haas (1971), quien introduce la noción de ‘efecto de derrame’ (spill over) el cual impulsa el tratamiento de nuevas temáticas o sectores que no se habían considerado al inicio de los tratados de integración (Gratius, 2008; Malamud & Schmitter, 2006; Dur & Gonzáles 2004; Perrotta, s.f). De esta manera el derrame produce consecuencias indirectas sobre otras actividades y otras agendas, y en esta ampliación, se genera un estímulo al tránsito de la integración económica a la integración política, la cual, siguiendo a este autor, induce al cambio de lealtades, expectativas y acciones de los actores domésticos hacia nuevos centros de poder (Perrotta, s.f) con una existencia independiente del espacio político nacional. En otras palabras, podría inducir al surgimiento de formas de organización de carácter supranacional.

En contraste con el neofuncionalismo, el intergubernamentalismo explica la integración regional y el caso europeo en particular, con énfasis en el papel y protagonismo de los Estados y en su reivindicación producto de la cooperación y de los esfuerzos comunes para dar respuestas más eficientes a los desafíos globales. El enfoque teórico del intergubernamentalismo pone en primer plano a los Estados como ejes centrales del sistema internacional (Moravcsik, 1991, p. 21) bajo el argumento de la no cesión de atributos soberanos y a su fortalecimiento en el contexto de las negociaciones internacionales y regionales.

Las vertientes contemporáneas del intergubernamentalismo (Briceño Ruíz, 2018) dan origen al enfoque del integubernamentalismo liberal. Moravcsik (1991) explica –a través de este enfoque, con base en los aportes de la teoría liberal y de la teoría intergubernamental–, los efectos que tiene la integración en la interdependencia económica, los intereses nacionales y las características de las negociaciones en los sistemas internacionales. Una premisa fundamental de esta teoría es que en los procesos de integración los Estados y los gobiernos son más importantes que las instituciones que se desarrollan en el nivel regional (Gratius, 2008), y, los agentes supranacionales nunca consiguen plena autonomía o independencia de los organismos estatales, un aspecto que entra en tensión con el poder que desde el neofuncionalismo se le asigna a la estructura institucional regional para la gobernanza y el proceso de toma de decisiones.

Otros enfoques teóricos relevantes en el campo de la integración regional y con aportes más contemporáneos son el neoinstitucionalismo, el estudio de la gobernanza y la europeización (Mariscal, 2013). El neoinstitucionalismo analiza el rol y la arquitectura de las instituciones en el proceso de integración y su impacto en los individuos, los grupos y el sistema de decisión y actuación política (Perrotta, s.f, p. 13-14). Se ha hecho una clasificación del tipo de instituciones que han surgido detrás de la organización política de la UE, identificándose principalmente tres: 1) instituciones estratégicas que promueven acciones racionales; 2) instituciones históricas que analizan el proceso en perspectiva acumulativa; y 3) instituciones sociológicas que analizan la adaptación de los actores a las instituciones en un proceso de interiorización mediante mecanismos cognitivos (Dur & González, 2004, p.8-9). Los análisis institucionales son importantes para entender los mecanismos en torno a la toma de decisiones, la organización burocrática, los procedimientos para la resolución de las controversias y las normas y reglas a través de las cuales los actores pertenecientes a un proceso de integración se organizan y actúan.

El segundo enfoque, el de la de la gobernanza, parte de entender a la UE como una organización política multinivel con presencia de actores subnacionales, nacionales y supranacionales los cuales interactúan en distintas escalas del ámbito regional. Una pretensión importante de esta teoría es la comprensión de la UE en un modelo analítico distinto al de los Estados o al de las organizaciones internacionales. Es decir, se tienen en cuenta nuevos actores en la integración regional así como procesos e instituciones formales e informales para su desarrollo. La idea de gobernanza multinivel amplía la noción de actores, considerando tanto a los públicos como a los privados, distintas jurisdicciones territoriales y un proceso permanente de deliberación, negociación e implementación de las decisiones (Malamud & Schmitter, 2006, p. 8). La importancia de la propuesta que hace el análisis de gobernanza multinivel radica en considerar distintos actores de la política regional haciendo aportes en el relacionamiento o intercambio que existe entre ellos, superando la clásica dicotomía entre lo nacional y lo internacional, lo doméstico y lo regional.

Por último, la europeización estudia la influencia de la integración regional en los Estados miembros y en su estructura política e institucional doméstica (Perrotta, s.f). Hay un interés por comprender el impacto de las políticas comunitarias sobre las políticas nacionales, los cambios institucionales que promueve y el impacto que sobre lo nacional tiene todo el proceso de europeización (Börzel, 2000). La transformación en la opinión pública, en los partidos y en los distintos grupos de interés, son también parte de su objeto, dando un lugar a los niveles políticos y a los actores pertenecientes a las realidades nacionales y subnacionales. Sin embargo, el abordaje de la integración regional desde la teoría de la europeización, propone un análisis de doble vía: por un lado entendiendo la importancia de las estructuras domésticas y de los actores nacionales y subnacionales en el proceso regional y por el otro, determinando la capacidad de adaptación interna al nivel de decisión comunitario (Dur & Gonzáles 2004, p. 20).

Las intersecciones entre lo regional y lo nacional, y la retroalimentación (feedback) dependen de las particularidades del asunto tratado en el plano regional y de la singularidad de la realidad político institucional de los Estados miembros. Una de las premisas que se sigue de esa relación entre lo nacional y lo regional es el reconocimiento de distintos niveles de cambio que puede generar la europeización en el nivel doméstico: absorción, acomodación y transformación. La absorción depende de la capacidad interna de los Estados para reajustar sus instituciones a la incorporación de las decisiones regionales sin afectar sustancialmente los procesos y políticas existentes. La acomodación es similar a la absorción, pero con un cambio más modesto de las estructuras internas a través de lo que se ha denominado acomodación de políticas e instituciones nuevas sobre las existentes; y, por último, la transformación, consistente en cambios profundos de los procesos, instituciones y políticas ajustadas a las demandas que genera el nivel regional (Perrotta, s.f). Este análisis aclara esas perspectivas teóricas fundamentalmente centradas en el abordaje de la experiencia y la evolución histórica de la UE pero que orientan las investigaciones sobre integración regional en otros escenarios.

En síntesis, el rastreo de los enfoques aquí señalados muestra la complejidad de las investigaciones y de los desarrollos teóricos que se han dado en torno a la integración regional europea a partir de las reflexiones centradas en el rol de los Estados, la emergencia de nuevos actores y las transformaciones de la política contemporánea, tanto doméstica como internacional. Las tesis desarrolladas por la mayoría de estos enfoques y teorías tienen como objeto dar respuesta a la vigencia y el rol de los Estados en la estructura política del sistema internacional, las intersecciones que se dan entre los distintos niveles del poder y el impacto que esto genera sobre la autonomía, la independencia e interdependencia de los Estados. No obstante, es importante en el marco del propósito de este artículo, entrar a revisar los estudios sobre la experiencia de integración regional en el contexto de América Latina.


4. La integración regional latinoamericana

La experiencia del continente latinoamericano en procesos de integración es tan antigua como la propia conformación de los Estados-Nación. Para muestra vale recordar el caso de los países que conformaron la Gran Colombia doscientos años atrás y, desde aquella época hasta la actualidad, con altibajos, se han creado diferentes espacios y mecanismos de integración bi y multilateral (Acosta, 2018).

Sin embargo, es desde la segunda mitad del siglo que empieza a proliferar los espacios de integración con la conformación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en 1960, convertida más tarde en la Asociación Latinoamericana de integración (ALADI) (Ahca Carbarcas, Galofre Charris & González Arana, 2013; Malamud & Schmitter 2006); también a finales de esta década se conforma la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Estos primeros escenarios de integración dan cuenta del interés de varios países de la región para conformar un espacio asociativo y de articulación económica-comercial, en sintonía con los desafíos que estaba representando para entonces y también para hoy, la política internacional en términos de las posibilidades de negociación por fuera de los marcos del Estado nación, la política comercial, la estructura productiva, la política exterior y en general los mercados globales (Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe, 2013).

Desde ese esfuerzo inicial hasta las iniciativas desarrolladas en las primeras décadas del siglo XXI, la integración en el continente ha pasado por distintas etapas y debates que van desde entender la cooperación como parte de las estrategias de creación de un comercio intrarregional con mejores posibilidades de inserción en el mercado global y de responder a las necesidades de los mercados latinoamericanos, pasando por una noción de integración basada en el ideal unificador de los países latinoamericanos (Paradiso, 2009), es decir, sustentada en el concepto de ‘nación latinoamericana’ y en procesos de reivindicación de la identidad política de los países del sur del continente (Briceño Ruíz, 2014), hasta llegar a un modelo neoliberal que inspiró los procesos de cooperación y articulación entre los Estados latinoamericanos sobre la base de los postulados de la apertura y la filosofía económica liberal, fomentada a través de la firma de Tratados de Libre Comercio.

Con el auge del neoliberalismo de los años noventa, se inaugura una de las etapas más importantes de la integración latinoamericana que abrió paso al regionalismo abierto (Perrotta, s.f); marco en el que surgieron algunas de los procesos de integración más significativos en América Latina y que se concretaron en acuerdos para la creación de mercados comunes, como fue el caso del Mercado Común del Sur (Mercosur); o se instrumentalizaron mediante Tratados de Libre Comercio, ejemplo de esto el TLCAN y otros tratados económicos binacionales entre países de América Latina y Estados Unidos. Estos procesos de integración económica regional han servido de base para comprender la articulación de los países latinoamericanos a iniciativas de cooperación Sur-Sur y Norte-Sur, pero también en su desarrollo, proceso y revisión actual, se explica el impulso que nuevos acuerdos como la Alianza del Pacífico empiezan a tener (Goulart Menezez, 2014).

En la década del noventa, en efecto, la integración se estructuró bajo la influencia de actores internacionales que privilegiaron la reducción de las barreras al comercio a través de políticas económicas nacionales más flexibles y menos restrictivas, que luego confluyeron en iniciativas que estimularon una negociación extensa de Tratados (regionales o bilaterales) de Libre Comercio (Rodríguez Mendoza, 2012). Los países que destacaron en este propósito fueron Chile, Colombia y Perú, tres de los cuatro miembros plenos de la AP.

No obstante, en el marco de la crisis neoliberal del siglo XXI (Stiglitz, 2002) y del fracaso de los procesos de ajuste estructural traducido en el cuestionamiento de los procesos de apertura iniciados décadas anteriores, surge el regionalismo post-neoliberal (Falomir Lockhart, 2013; Sanahuja, 2009) fomentado por una nueva izquierda de características progresistas (Perrotta, s.f). En esta perspectiva, la integración regional se promueve desde las alianzas Sur-Sur como la mejor alternativa a las propuestas integracionistas del nuevo regionalismo y al liderazgo hegemónico de los Estados Unidos en América Latina.

La integración regional como un proceso de cooperación entre los países de América Latina, se ha sustentado en el discurso de la simetría de poderes, del respeto a la soberanía como parte de las afirmaciones de la autonomía del continente frente a las grandes potencias y al dominio de los países del Norte global (Latimer, 2012). En otros términos, es una integración ya no pensada solamente desde objetivos económico-comerciales, sino sobre todo sociales y políticos. Los ejemplos más claros de este enfoque son la Celac, Unasur y el Mercosur en el marco del liderazgo de los gobiernos progresistas, los cuales han enfatizado las relaciones de cooperación desde lo territorial, lo cultural y lo identitario, y desde relaciones políticas horizontales que permitan la simetría en el poder y en la toma decisiones en los espacios de cooperación.

En coherencia con lo anterior, a partir de la década del 2000 hubo un replanteamiento de las bases iniciales de una integración regional asimétrica y sometida a las disposiciones de los socios más fuertes y de los organismos económicos internacionales, hay una reclamación tendiente a la apertura de las agendas y a la inclusión de aspectos sociales, políticos, culturales y ambientales en el marco de la negociación de los Estados en el contexto comunitario. Esto dio paso a un Mercosur revisado, a un TLCAN al que se le demandaron (sin mucho éxito) criterios más amplios de región, al fin del ALCA y al surgimiento de la Unasur fundada en 2008 y estructurada como el correlato político que recogía la naturaleza de un propósito de integración no sólo económica, sino amplio en términos de territorio, identidad, valores, derechos y cultura que dio paso a pensar en términos de una ciudadanía suramericana (Ramírez 2016; Hidalgo Tandazo, 2016) y de procesos de integración regionales profundos.

En síntesis, se puede afirmar que en las últimas décadas han prevalecido dos modelos o discursos sobre los procesos de integración regional en América Latina. Uno que legitima la apertura neoliberal a través de la desregularización y la libre competencia en el mercado internacional mediante la articulación con aliados económicos fuertes, y otro, que fomenta las alianzas regionales como parte del esfuerzo de recuperación del potencial económico y político del continente bajo la premisa de la independencia de las potencias mundiales (Latimer, 2012; Girault, 2009). Detrás de los propósitos de la integración económica, este último modelo promueve la profundización de las agendas comunitarias, un debate sobre la inserción estratégica de la región en el sistema-mundo (Wallerstein, 1979), y la importancia sobre la alineación estratégica del continente en torno a valores tales como: la autonomía, la autodeterminación y la emancipación.

Esas nuevas premisas en las concepciones sobre la integración regional latinoamericana, orientaron los propósitos del Mercosur desde principios de la década del 2000. El bloque concentró los primeros tratados y acuerdos en cuestiones económicas afines con la consolidación de la unión aduanera; pero paulatinamente, otras agendas de carácter más social se fueron sumando en el debate político regional y en los procesos de toma de decisiones (Ospina Grajales, 2019; Ospina y Gissi, 2021). El momento más importante en este sentido fue entre el 2001 y 2015 cuando el Mercosur logró articular los discursos de líderes regionales como Néstor Kirchner (2003-2007), Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), Dilma Rousseff (2011-2016) y José Alberto “Pepe” Mujica (2010-2015) quienes impulsaron el Mercosur como uno de los mejores escenarios de integración y cooperación entre los países de América Latina.

Un hito importante en este período del 2003 al 2015 en el Mercosur fue la vinculación de Venezuela como socio pleno del bloque producto de la alineación del discurso de izquierda fundado en la noción de la comunidad latinoamericana, pero también de la importancia atribuida a la inclusión de un país con alto potencial energético dentro del bloque. Durante esta época, Brasil y Argentina lideraron el desarrollo de las agendas regionales y su orientación política, lo que permitió la consolidación de un escenario más afín ideológicamente (Bermúdez Torres, 2011) y el fortalecimiento del discurso en torno a la profundización del proceso de integración regional y a la consolidación de una perspectiva latinoamericana de los procesos de cooperación Sur-Sur.

Durante ese mismo período (Primera década y parte de la segunda del siglo XX) el TLCAN se desarrollaba en el marco de un proceso de integración económica Norte-Sur y con la participación de México como país latinoamericano, se venía impulsando desde su firma en 1994, sobre la base de una negociación formal y cerrada. Los términos pactados consolidaron un tratado económico ceñido a las reglas,1 intergubernamental y esquivo a la adhesión de nuevas agendas o a las propuestas de profundización de la integración regional entre los países del Norte. Este acuerdo ha tenido momentos de apertura de diálogo tripartito en torno a temas de interés regional como la migración, la seguridad, los derechos humanos, entre otros, que no han logrado insertarse en el contexto de una negociación política comunitaria. Pese a los esfuerzos de algunos gobiernos mexicanos,2 el tratado no ha servido de puente para la consolidación de agendas comunes regionales complementarias a los acuerdos de libre comercio.

Contrario a la profundización de la integración regional entre México, Canadá y Estados Unidos, con la posesión de Donald Trump como presidente (2017-2021), se cuestionaron los términos del TLCAN, el cual ha sido revisado y transformado en el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA). Las negociaciones alrededor del USMCA se dan entre 2017 y 2018. La firma oficial del nuevo acuerdo se hizo el 30 de noviembre de 2018 y fue finalmente aprobado por el Senado estadounidense en el mes de enero de 2020. Este hecho corrobora junto con la crisis del Mercosur y de Unasur, tras la llegada de Mauricio Macri (2015-2019) al gobierno de Argentina y de Michel Temer (2016-2018) y Jair Bolsonaro en Brasil (2019-2023) que la integración regional en América Latina pasa por un estadio de revisión de sus principales postulados, de replanteamiento del significado de la cooperación Sur-Sur, y retornando a las bases del libre comercio y la construcción de mercados comunes; así como al hecho de confirmar por un lado, las relaciones de poder en los acuerdos de integración, dirigidos conforme a las determinaciones de los países más fuertes, y por el otro, el posicionamiento de los discursos nacionalistas, proteccionistas, conservadores y excluyentes de un significado amplio de región como el marco de referencia de acuerdos de integración sólidos y profundos.

De acuerdo con la caracterización y descripción de algunos de los espacios de integración regional en América Latina realizada anteriormente, se infieren algunas tensiones entre las propuestas económico-comerciales que han instrumentalizado los espacios de integración como una estrategia de inserción competitiva en los mercados internacionales, y los enfoques que priorizan la integración política, social y cultural como objetivos que van más allá de los logros económicos. De la misma manera, se encuentran diferencias en las experiencias de integración relacionadas tanto con los objetivos de los acuerdos, así como por la posición geopolítica y las relaciones de poder entre los socios, en otras palabras, se diferencian los acuerdos de cooperación Norte-Sur y Sur-Sur por las asimetrías y las diferencias en la distribución del poder para la orientación de las agendas y la toma de decisiones. Este contexto, permite comprender los giros actuales de estos procesos en América Latina y la puesta en escena de nuevos espacios de articulación política entre países emergentes del continente y de una nueva dirección de la política exterior económica de muchos de ellos que ponen en la escena de las relaciones regionales acordados como el de la Alianza del Pacífico.


5. La Alianza del Pacífico en el contexto del replanteamiento de las bases de la integración regional latinoamericana

El análisis de la Alianza del Pacífico a partir del replanteamiento de algunos de los procesos de integración regional en América Latina, es un punto de partida que permite entender la posición privilegiada de este acuerdo en el marco de las negociaciones entre algunos países emergentes de América Latina y de la crisis de algunos espacios de encuentro e interlocución política del continente, incluido, recientemente el visible desencuentro de los miembros de la Celac en la cumbre realizada en México en septiembre de 2021, donde se evidenciaron las distancias de carácter ideológico entre los socios resultado de la presencia de Nicolás Maduro, gobierno que no es reconocido como legítimo por parte de los aliados de Estados Unidos (El Financiero, 2021).

Desde la conformación la Alianza del Pacífico mediante la declaración de Lima del 28 de abril de 2011 firmada por Colombia, Chile, México y Perú como países Partes, las condiciones de negociación política y de avance de un acuerdo con miras a abrir los mercados hacia Asia Pacífico, representa hoy la estrategia más ambiciosa de apertura del comercio de América Latina y de integración profunda del continente (Rojas & Terán, 2016) no sólo desde el avance progresivo de la libre circulación de bienes, servicios y capitales sino también de personas a través de las fronteras (Alianza del Pacífico, 2011). Otro elemento que se destaca de este proceso de integración económica es el de propiciar un lugar de encuentro entre las principales economías emergentes de América Latina, que cuentan con una importante población, un PIB representativo de la región y el sello de ser la octava economía más importante del mundo (Alianza del Pacífico, 2016).

Las Declaraciones conjuntas de los presidentes de los Estados Parte de la Alianza del Pacífico desde su conformación, dejan entrever la apertura que tiene el bloque para integrar el comercio y la economía latinoamericana, al tiempo que reitera una alineación simétrica entre países emergentes de América Latina y afines a las políticas e instituciones supranacionales reguladoras del comercio internacional. Hay un diálogo abierto a la vinculación de muchos países como observadores, como asociados o como miembros plenos,3 así como la disposición explícita desde el documento fundacional de la alianza, a la ayuda que puedan brindar organismos internacionales tales como el Banco Interamericano de Desarrollo, la Cepal, la Organización de Estados Americanos y el Banco Mundial para el avance y despliegue de esta iniciativa (Alianza del Pacífio, 2011).

Desde la declaración de Lima del 2011 y reiterativamente en todas las cumbres presidenciales, así como desde lo que se plantea en la visión estratégica para el año 2030, hay un entramado de postulaciones e intenciones que buscan concretar un área de mercado intrarregional y comercio externo, privilegiando las rutas hacia Asia Pacífico mediante plataformas económicas y comerciales más competitivas y con mejores posibilidades de atracción de inversión extranjera que fomenten el crecimiento económico regional y la relación estratégica con una de las regiones con mayor potencial económico global. Lo anterior, posiciona a América Latina en el escenario de los mercados internacionales, pero al mismo tiempo la AP es el espacio asociativo que permite a los países insertarse en estos procesos altamente competitivos y difíciles de gestionar desde la perspectiva individual.

Lo señalado, son ejemplos de un proceso de integración alineado en las lógicas del regionalismo abierto intergubernamental y de inserción en procesos de globalización económica desde un modelo neoliberal. Empero, también empieza a ser un escenario de negociaciones políticas y de inclusión de agendas sociales que convergen en el proceso de cooperación Sur-Sur con una mención explícita a la intención de lograr acuerdos profundos tales como la flexibilización de las condiciones para la movilidad de personas entre los países partes de este acuerdo. En otros términos, la AP es un proceso de integración inspirado en el intergubernamentalismo con tintes presidencialistas en el que la autoridad de los Estados y de los gobiernos, orientan las agendas comunitarias reconciliando una alianza comercial abierta con las demandas políticas y económicas producto de la articulación de intereses y de la simetría en el proceso de toma de decisiones.

Es decir, la Alianza del Pacífico se presenta a sí misma como un mecanismo que integra dos discursos que antes se exhibía como antagónicos: el de la desregulación y apertura neoliberal con miras al mercado internacional siguiendo una lógica similar a los Tratados de Libre Comercio (Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe, 2013) y el discurso de la recuperación del potencial económico regional sobre la base de las ventajas competitivas y comparativas de América Latina y en consonancia con una dinámica más simétrica del poder y con referencia a cuestiones sociales de la realidad latinoamericana.

Las simetrías de poder y la articulación entre potencias emergentes son evidenciables en algunas de las medidas sobre la movilidad de las personas entre los países Partes. La decisión más destacable en este sentido fue la exención de visas para peruanos y colombianos por parte de México en noviembre de 2012 y la intención de promover programas de movilidad laboral y estudiantil, de turismo y de personas de negocios. En la declaración de Paranal de junio de 2011, a pocos meses de la Declaración de Lima, se expuso la importancia de avanzar hacia la liberalización plena de los flujos migratorios, un elemento clave que, en la historia de la integración regional en América Latina, ha sido un símbolo de fricción y conflicto (cuando los acuerdos son entre países con asimetrías de poder) o de avance y profundización de los proyectos comunitarios.

Ha habido un acuerdo tácito a lo largo de la experiencia integrativa en América Latina que ratifica la Alianza del Pacífico en su producción discursiva: el mantenimiento de los principios democráticos, del Estado de Derecho y del orden constitucional de los Estados Parte (Artículo 2, Acuerdo Marco). Este hecho señala por sí mismo, uno de los puntos clave de la condicionalidad política de la alianza en el marco de la existencia de Estados de Derecho, pero al mismo tiempo, es un llamado de atención frente a las coyunturas políticas dentro del continente y especialmente del quiebre del Mercosur producto de la crisis de legitimidad política de Venezuela en el escenario doméstico, internacional y regional que además sigue generando tensiones en otros espacios como en la reciente cumbre de la Celac.

Mauricio Macri, ex presidente de Argentina, expuso en la primera cumbre del Mercosur en la que participó el 21 de diciembre de 2015, que no pueden tolerarse violaciones a la democracia o a las libertades por parte de ninguno de los países del Mercosur, refiriéndose concretamente a Venezuela y a la situación de algunos miembros de la oposición de ese país que se encuentran privados de la libertad (Mastropierro, 2016, p. 5). Por estas circunstancias el presidente argentino de aquel entonces se opuso rotundamente a que Venezuela asumiera la presidencia pro tempore del bloque en el segundo semestre del 2016, lo cual desató una importante crisis interna en el Mercosur que terminó con la suspensión de ese país en agosto de 2017 por decisión de los demás países Partes y citando el protocolo de Ushuaia de 1998 el cual respaldaba el mantenimiento de las instituciones democráticas dentro del bloque.

La participación temprana de Macri en este escenario dejó entrever la importancia que se le asignó al Mercosur por parte de este gobierno, sin embargo, el giro ideológico y el cambio de paradigmas en Argentina, pero también en otros países miembros como Brasil4 y en general en el espíritu político dentro del continente en este período, puso en entredicho el carácter y el rumbo que tomarían los procesos de integración regional. Así se expresaba la canciller argentina al anunciar que el presidente tenía claras intenciones de modificar la agenda argentina respecto a las relaciones con la región, un bloque más inclinado al libre comercio que lo propuesto por el Mercosur (Mastropierro, 2016, p. 3). De esta cuestión se podía inferir la cercanía de Macri con la Alianza del Pacífico, espacio de desarrollo de una propuesta integrativa más alineada con las lógicas del capitalismo global y que ha vinculado a Argentina como país observador desde junio de 2016.

En esta misma lógica, Jair Bolsonaro presidente de Brasil y el representante del giro a la derecha de ese país, ha dado indicios sobre la afinidad y cercanía con los propósitos económicos de la Alianza del Pacífico lo cual podría representar una transformación importante de la política exterior de la economía más grande de América Latina (Caetano, López Burián & Luján, 2019). Desde los discursos de Bolsonaro como candidato y tempranamente como presidente, se ha manifestado que el Mercosur no es una prioridad (Mizrahi, 2018) y que se van a aunar esfuerzos para lograr acercamientos con la Alianza del Pacífico. Se reconoce la trayectoria de los países miembros en la implementación de tratados de libre comercio y en la promoción de relaciones económicas con Estados Unidos, polos de desarrollo hacia los cuales también apunta Brasil con el actual gobierno, el cual ha desprestigiado el estilo de gestión de las relaciones exteriores durante la administración del Partido de los Trabajadores, más enfocado hacia lo regional, proteccionista y afín al objetivo de profundización y fortalecimiento del Mercosur.

Aunado a lo anterior, se da el debilitamiento de la Unasur. En el año 2018 y 2019, siete de los doce países que integraron este espacio en el 2008 se retiraron del acuerdo. Brasil, Argentina, Colombia, Ecuador, Perú, Paraguay y Chile manifestaron la suspensión de participación en él. “Los desacuerdos políticos para nombrar un nuevo secretario general, la crisis de Venezuela y las discrepancias ideológicas han minado el avance de la organización.

Los conflictos internos del Mercosur, la agonía de Unasur y el quiebre interno de la Celac, han sido en parte el producto del decaimiento temporal de la izquierda en América Latina (Ospina Grajales & Ramírez Gallegos, 2021) y del giro político de países influyentes capaces de redirigir el rumbo de estos acuerdos. Así mismo, el cuestionamiento al modelo político de Venezuela, convertido en socio pleno del Mercosur ha sido objeto de importantes desencuentros dentro del bloque y en otros espacios de diálogo intergubernamental, tal y como se evidenció en el encuentro de la Celac en septiembre de 2021. Sumado a estas cuestiones las cuales sintetizan el replanteamiento de algunos de los escenarios de integración más relevantes en el Sur del continente, se dieron durante el Gobierno de Donald Trump, importantes transformaciones en la política exterior de los Estado Unidos con visos claros de proteccionismo, que pone en entredicho las relaciones económicas de ese país con México y con el conjunto de América Latina.

Esa transformación de la política exterior estadounidense influyó para que varios países manifestaran el interés de girar hacia otros proyectos integrativos, siendo la Alianza del Pacífico, uno de los escenarios más reivindicados por algunos líderes de la región. En coherencia, un elemento importante, es que, sin proponérselo en sus objetivos explícitos, la alianza ha logrado reconciliar posturas encontradas en América Latina al punto que recientemente el Mercosur se ha acercado para proceder a la implementación de un acuerdo intrarregional con la AP.


Un eventual acuerdo unirá a dos bloques que siempre se vieron con recelos. El primero porque consideró al Mercosur demasiado politizado y poco eficiente en lo económico. El segundo porque veía a la Alianza como demasiado alineada (sic) con los Estados Unidos y excesivamente volcada al comercio. El agua y el aceite. El giro hacia la derecha en Argentina y Brasil fue la piedra de toque de una posible alianza. Los presidentes Mauricio Macri y Michel Temer decidieron enseguida abrir el Mercosur al mundo. Y Donald Trump obró el milagro definitivo. México, y en menor medida Chile, vieron de un día para el otro peligrar su comercio con Estados Unidos y decidieron avanzar hacia la posibilidad de alinearse con un Mercosur ahora más amigable (Rivas Molina, 2017).


Las lecturas indican que los puentes de diálogo y posibles acuerdos entre estos dos mecanismos de integración regional pueden representar una de las decisiones más trascendentales en el propósito de fortalecer la competitividad de América Latina en los mercados internacionales y, tal y como se ha mencionado, el escenario de confluencia de gobiernos afines al modelo neoliberal fue el más propicio para acercar a los dos bloques más importantes de la región, el Mercosur y la Alianza del Pacífico.

Los datos muestran que el mercado intrarregional y mundial5 ha mejorado, pero que sólo mediante la integración, la no fragmentación y la armonización de las reglas de origen, se pueden generar mejores ventajas (Martínez-Zarzoso, 2018). En materia de desempeño económico, en 2011 América Latina y el Caribe generó un PIB de US $5.689 miles de millones, de los cuales el 34% correspondió a los cuatro países originarios de la Alianza del Pacífico, o un 35% si se contempla a Costa Rica y Panamá. Por su parte, Mercosur (incluida Venezuela) aportó el 48% del PIB, del cual el 75% fue de Brasil. Así, los dos bloques conforman el 83% del PIB de América Latina y el Caribe (Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe, 2013, p. 22).

En esta misma lógica, México intensificó sus relaciones con América del Sur y asumió, durante el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018), uno de los liderazgos dentro de esta iniciativa de integración latinoamericana, con algunos momentos importantes de promoción de las relaciones hacia este continente (González & Morales, 2019; Covarrubias, 2017). La AP marca un punto estratégico de las relaciones exteriores de ese gobierno, un puente para el acercamiento con Asía-Pacífico (Uscanga, 2019) y con los objetivos económico-comerciales con América Latina que quedaron planteados en el Plan de Desarrollo de ese sexenio (González & Morales, 2019).

El llamado a la diversificación de las relaciones económicas de ese país y las crisis diplomáticas con Estados Unidos,6 son algunos de los argumentos fuertes para posicionar a la Alianza del Pacífico como un recurso de negociación económica regional para la confluencia de intereses políticos de los países Parte y como estrategia de política exterior. A diferencia de otros mecanismos heredados de la administración calderonista, como la Celac, la Alianza del Pacífico fue la punta de lanza del gobierno de Peña Nieto en su proyección hacia América Latina al impulsar un modelo de “integración profunda” (González & Morales, 2019, p. 779).

No obstante, vale la pena mencionar que en la Declaración de Cali de junio de 2017 se hace la aclaración de que la adhesión de México a esta alianza no representa ningún perjuicio para la participación de este país en el TLCAN. Esta es una de las ventajas más visibles de la Alianza del Pacífico, la no condicionalidad de sus países Partes para participar de otros acuerdos económicos por fuera del bloque, o el mantenimiento de acuerdos bilaterales o multilaterales con otros países,7 un elemento distinto en el Mercosur y objeto de profundas críticas.8

Pese a lo anterior, se generan expectativas sobre el liderazgo y los términos de la participación de México en la Alianza del Pacífico. La llegada a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), un líder de la izquierda mexicana que sincroniza al país con una lógica y una ideología distinta de su predecesor abre algunos interrogantes sobre la manera en que este país continuará gestionando las relaciones con este proceso de integración. En principio, uno de los elementos que el actual gobierno ha expresado sobre sus agendas, es la prioridad de la política interna. En consecuencia, el presidente mexicano fue uno de los ausentes de la cumbre de la AP del año 2018 aludiendo al no reconocimiento oficial como presidente electo para esas fechas y, en la cumbre de 2019, delegó al secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard en un claro gesto diplomático.

Sólo hasta el año 2020 Andrés Manuel López Obrador, participó virtualmente en la cumbre anual de la AP, hecho que pudiera dejar entrever que esta iniciativa de integración con algunos países de América Latina es apenas un elemento secundario (pero no en conflicto) de la agenda de este gobierno y que no existen intenciones de liderazgo en este espacio, pero tampoco de retraimientos.

En consecuencia y con base en el documento de Equipo y Agenda del presidente López Obrador sobre política comercial, se pueden señalar algunos aspectos relevantes atinentes a la Alianza del Pacífico y en general a los acuerdos económicos que tiene México con otros países. En primera instancia, se reconoce la tradición de apertura económica que el país ha desarrollado desde la década de 1990 mediante la firma de varios tratados de libre comercio, acuerdos de promoción recíproca de las inversiones, entre otros. Es decir, se puede inferir una postura moderada del actual gobierno mexicano frente a algunas decisiones económicas y de política exterior que reafirmaron su participación en la AP, pero al mismo tiempo, ha procurado espacios de inclusión de Venezuela y Cuba en la interlocución sobre los procesos de integración regionales del continente.

Sumado a lo anterior, se mencionan algunos aspectos que definen el marco de acción de la política económica global y que determinan algunos retos para el actual gobierno: un escenario global más proteccionista, de mayor incertidumbre y en sintonía con la ya reiterada obligación de diversificar las relaciones económicas de México. En referencia directa con la alianza algunas de las predicciones tempranas indicaron que no se darían mayores alteraciones en vista de la manifestación de este gobierno por continuar en la línea aperturista (Lozano Garzón, 2018). En efecto, eso se confirma: los acuerdos se mantienen a pesar de ser un gobierno de una línea distinta al que promovió la alianza, y, en la cumbre del año 2020, López Obrador firmó las últimas decisiones propuestas por la AP, aunque hay que mencionar que se manifestó en contra de la ineficiencia del modelo neoliberal y de la necesidad de repensarse (Ramos, 2020). Es decir, la posición de México en la AP podría ser la consecuencia de los compromisos del Estado más que de la convicción del gobierno al frente del ejecutivo, el cual, reivindica otros espacios de integración y otros actores, hecho que se evidencia en la última cumbre de la Celac.


6. Conclusiones

En el marco del desarrollo histórico de los procesos de integración regional latinoamericana, el rol de la Alianza del Pacífico permite confirmar el dinamismo de estos procesos cuya naturaleza está determinada por un conjunto de variables tanto domésticas como internacionales que definen el devenir de los acuerdos cooperativos entre naciones soberanas. Los tiempos actuales de la integración a nivel global dejan entrever que se están tejiendo transformaciones tan importantes, que cuestionan algunas de las bases sobre las cuales se había edificado un escenario novedoso de negociación política, entre ellas, las posibilidades de actuación de los Estados por fuera de sus fronteras, las organizaciones comunitarias y el proceso de toma de decisiones.

Los tiempos recientes han demostrado que la dialéctica inherente a estos procesos hace que haya un dinamismo tal, que obligue al surgimiento de nuevas explicaciones y, lo cierto, por lo menos desde el 2016 cuando se desarrolla el Brexit en la Unión Europea, es que nuevos vientos están definiendo la naturaleza más contemporánea de este fenómeno con un retorno fuerte del poder, la autoridad y la soberanía del Estado nación que se desarrollan en correlatos nacionalistas y proteccionistas, en la politización de las agendas y en sus giros de acuerdo a las dinámicas de la política doméstica. Lo expuesto a lo largo de este trabajo confirma lo anterior y da cuenta de las transformaciones que en esa línea han tenido el Mercosur, el TLCAN y la Unasur.

Esas transformaciones tienen su propio desarrollo en América Latina; escenario que, por lo analizado hasta aquí, ha tenido distintas etapas que van desde un momento de articulación con los procesos de apertura de los mercados hasta llegar a una construcción discursiva fuerte sobre la importancia de la profundización en la integración y como una herramienta de contrapoder, es decir la experiencia latinoamericana en relación con la integración regional ha fluctuado entre los modelos del regionalismo abierto y del regionalismo posthegemónico, siempre mediada por acuerdos de carácter intergubernamental. Es decir, cada uno de estos momentos de desarrollo de los procesos asociativos de los países latinoamericanos y del Caribe, han tenido como constante el rol central de los Estados a su vez determinados por las relaciones de poder y los giros ideológicos de la política interna, que al final, se traduce y da contenido a la política exterior sobre la cual los países proyectan su inserción y participación en esos espacios comunitarios. Producto de esto son las lógicas actuales de la Alianza del Pacífico que, dados los giros de la política en América Latina, se posiciona como el lugar de convergencia de intereses de muchos de los países del continente y en sintonía con el decaimiento temporal de la izquierda e impulso de proyectos alineados con los modelos neoliberales, aperturistas y multilaterales.

En sintonía con lo anterior, la Alianza del Pacífico se está consolidando como uno de los mejores espacios de desarrollo regional y comunitario más importantes en América Latina por varias razones: 1) apunta a un escenario de desarrollo económico multipolar lo que significa menos dependiente de las relaciones exclusivas (pero tampoco hostiles) con Estados Unidos; hecho que a su vez redunda en dirigir la apertura de los mercados latinoamericanos hacia uno de los escenarios económicamente más estratégicos a nivel global, Asia Pacífico, 2) hay una aparente distribución simétrica del poder producto de los niveles de desarrollo de los países que la conforman; es decir, hay una forma de liderazgo compartido entre países emergentes, y 3) ha trascendido de las relaciones comerciales y de mercados para empezar a incluir nuevas agendas lo que da lugar a la convergencia de nuevos intereses, es decir, podría ser la síntesis entre un acuerdo neoliberal y una propuesta de integración profunda.

Sin embargo, el futuro de la Alianza de Pacífico, a las puertas de cumplir su primera década, dependerá internamente en el contexto latinoamericana de los nuevos liderazgos en Chile producto de las elecciones del 2021 y de Colombia en el 2022, y externamente de cómo se establezcan las correlaciones geopolíticas en la región. Por lo pronto, la permanencia o el retorno de gobiernos de izquierda en México, Argentina, Bolivia, Perú y Chile puede dar impulso nuevamente a otros procesos de integración que o bien le resten importancia a la Alianza del Pacífico o que se convierta en la plataforma de diálogo político y económico de los países emergentes de América Latina.


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1 Se ha definido que el modelo de toma de decisiones en el TLCAN se ajusta al hard law, es decir, hay un conjunto de reglas fijas que orientan el proceso y son eficientes en la medida en que no pueden ser evadidas por los Estados Parte (Ospina Grajales, 2019; Bouzas et al., 2008).

2 Durante el gobierno de Fox se impulsó la idea de un acuerdo migratorio dentro del TLCAN, mediante la estrategia denominada “NAFTA plus” que tenía como objetivo la profundización del proceso de integración. Sin embargo, a causa de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, las negociaciones no trascendieron y el foco de la política exterior de los Estados Unidos se redirigió hacia otras esferas centradas en la seguridad y la contención del terrorismo.

3 Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Singapur, Corea del Sur, son los países Asociados. Ecuador, Costa Rica, Panamá y Guatemala hicieron solicitud de ingreso como Estados Parte.

4 El 31 de agosto de 2016, Dilma Rousseff fue destituida como presidenta de Brasil a través de un proceso de impeachment que duró aproximadamente ocho meses. El poder ejecutivo fue asumido por Michel Temer vicepresidente, líder del impeachment, antes aliado, ahora enemigo político de la expresidenta (Jiménez Barca, 2016).

5 “Los números del intercambio comercial entre China y Latinoamérica muestran una progresión espectacular. El comercio se ha multiplicado por 20 desde el 2000, la inversión ya supera los 100.000 millones de dólares y ahora Pekín ha anunciado que durante la próxima década invertirá otros 250.000 millones” (El País, 2015). “Los resultados de los estudios indican que en general los acuerdos incrementan las exportaciones entre sus miembros, y así lo indica un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo. El informe destaca la Alianza del Pacífico y el Mercosur como los dos principales acuerdos de Latinoamérica indicando que el comercio interregional ha crecido un 64% en las respectivas regiones gracias a los acuerdos” (Martínez-Zarzoso 2018).

6 Una de las posiciones claras de Trump frente a las relaciones con México fueron sus críticas y resistencias para continuar con el TLCAN, sumado a su retiro del TPP (Trans-Pacific Partnership). Así mismo, los discursos racistas y xenofóbicos en relación con la migración procedente de México y de Centroamérica, con la consecuencia de proponer la construcción de un muro en la frontera fueron aspectos que tensionaron las relaciones diplomáticas entre los países.

7 Artículo 8 del Acuerdo Marco de Antofagasta del 6 de junio de 2012.

8 Una de las condiciones del Mercosur es que ninguno de sus Estados Parte, puede establecer relaciones comerciales por fuera de lo pactado dentro del acuerdo. Las negociaciones con otros Estados o con otros organismos de integración, deben hacerse en bloque. Esto sirve de base para una crítica que indica que esta falta de flexibilidad puede ser lesiva para las economías nacionales.